martes, 21 de febrero de 2012

“Nadie debe morir con los dientes en un vaso de agua”

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entrevista a PER-INGVAR BRÅNEMARK el 12 de diciembre 2011 



Todo aquel que tenga un implante dental en el mundo se lo debe, directa o indirectamente, a Per-Ingvar Brånemark (Gotemburgo, Suecia, 1929). Él fue quien hace medio siglo descubrió que usando titanio para fijar las piezas a la mandíbula estas se mantenían y que el metal se fusionaba con el hueso (un proceso denominado osteointegración), y desarrolló la técnica quirúrgica para hacerlo de manera que fuera lo más estable posible. Este trabajo le ha valido ser dos veces candidato al Nobel, y recibir este año el premio de investigación de la oficina de patentes de la UE a toda una vida de trabajo. Desde Estocolmo, por teleconferencia, contesta a EL PAÍS.

Pregunta. ¿Cómo se le ocurrió usar titanio para esta técnica?
Respuesta. Yo estaba trabajando en otra cosa. En concreto, en la microcirculación sanguínea de la médula ósea. Para ello estaba desarrollando un sistema de microcámaras que tenía que introducir en el hueso de conejos, que era el animal con el que ensayábamos. Y un colega de la Universidad de Lund, donde yo estudié, me habló de un material nuevo que venía de Rusia y que él estaba probando para usarlo en prótesis de cadera, que era el titanio. Yo lo utilicé para colocar mis lentes en el fémur de los ánimales, al principio de la década de los cincuenta, y mi sorpresa fue que después de un tiempo no podía retirar el aparato porque se había pegado con el hueso.


Ya hay más de 10 millones de implantes dentales en el mundo
P. Así que su descubrimiento puede catalogarse entre las casualidades de la ciencia como la penicilina o el marcapasos, porque no es algo que usted fuera buscando.
R. Efectivamente. Es lo que los ingleses llaman serendipity o casualidad. Fue puro azar, no fruto de un trabajo intelectual, pero era lo que mejor resultaba. Por supuesto que antes y después intenté trabajar con otros materiales para las prótesis dentales, pero no daban el mismo resultado. Tampoco esperaba encontrar algo mejor para eso. Mi colega era un profesional excelente, y siempre he hecho caso de lo que me ha aconsejado. La prueba está en que, actualmente, hay ya más de 10 millones de implantes dentales de titanio puestos en el mundo, y básicamente todos siguen las pautas que yo establecí hace medio siglo. De todas formas, el material era muy importante, pero la pregunta era por qué el organismo no lo rechazaba. Y esa es la parte que yo aporté, la técnica para realizar los implantes que asegura que van a ser aceptados.

El descubrimiento fue puro azar, no fruto de la labor intelectual
P. Eso fue en 1952, pero los primeros implantes con su técnica no se pusieron hasta mediados los sesenta, ¿por qué?
R. Estuvimos durante 10 años haciendo pruebas con animales. No se podía ir y aplicarlo a personas tal cual. Además, ya había unas rudimentarias técnicas de implante que no daban muy buen resultado, y no queríamos que el nuestro fuera otro fracaso.
P. Para ensayar durante 10 años no pudo usar cobayas u otros animales pequeños, que no viven tanto. ¿Con qué experimentó?
R. No, claro. Para nuestros trabajos utilizamos perros. Eran de una raza especial, unos perros de caza muy inteligentes. Les pusimos los implantes y los cuidábamos en casa, vigilando lo que comían y lavándoles los dientes a diario. Eran como de la familia, como este de la foto [Brånemark muestra un perrito blanco que sostiene en brazos en una imagen en blanco y negro]. Eran tan mansos que no necesitamos ni siquiera anestesia para ponerles los implantes. Bastaba con que les diera unas palmadas en la cabeza para que se tranquilizaran. Así pudimos ver que el titanio funciona, que no generaba rechazo, y que con el tiempo se integra en el hueso, lo que hacía que cada vez la sujeción fuera más segura.
P. A raíz de eso usted tiene un imperio con decenas de centros en el mundo.

Para nuestros trabajos utilizamos perros que teníamos en casa
R. No, qué va. En el mundo hay unos 13 centros Brånemark —un par de ellos en España—, pero no son míos. Hay hasta uno en China. Son una especie de franquicia. Me pagan una cantidad simbólica al año. Llegaron a ser 20, pero con la crisis varios han cerrado. Eso sí, una vez al año nos reunimos, sobre todo para ver cómo está funcionando la técnica. Recopilamos los fallos y los estudiamos para que no vuelvan a suceder. Así garantizamos que los pacientes reciben el mejor tratamiento posible. Mi objetivo es que nadie debería morir con los dientes en un vaso de agua. No es una cuestión de estética, lo es de bienestar y de salud.
P. ¿Y hay muchos problemas?
R. Unos cuantos [ríe mientras muestra a la webcam un libro gordo como el tomo de una enciclopedia]. Como le dije, lo importante es la técnica, que es clave en los implantes. Por eso nunca me ha gustado la cirugía electrónica. Estas cosas hay que hacerlas a mano.
P. Tiene usted un centro especial, el de Bauru en Brasil.
R. Sí, pero ese no es un centro como los demás. Empezamos a trabajar ahí en 1992, y quedó inaugurado oficialmente en 1995. Es un sitio especial, porque ahí tratamos gente sin recursos, que no puede pagar.
P. ¿Por qué eligió un sitio tan extraño?
R. Fuimos de viaje y es una región donde hay muchos casos de fisura palatal. Ahí no hacemos solo implantes, sino que hacemos todo tipo de ortodoncias. Hemos tratado a unas 1.800 personas, y tenemos una lista de espera de unas 100. Pero dependemos de las donaciones para funcionar.
P. ¿Hay muchas diferencias entre los clientes de uno y otro país?

El titanio no genera rechazo y con el tiempo se integra en el hueso
R. ¡Por supuesto! En Brasil son mucho más pobres, y hay mucho cáncer maxilofacial. Es donde están los pacientes más graves. Pero, en cambio, también son los más optimistas. Yo diría que ese carácter hace que curen mejor. En cambio, en Hollywood tenemos muchos pacientes, pero lo hacen por motivos estéticos. El país con más implantes por 10.000 habitantes, sin embargo, es Corea del Sur, con 250 anuales. Le siguen Italia (190) y España (170). En cambio en Francia y Estados Unidos la tasa es de 50.
P. ¿Y sabe por qué?
R. Puede ser porque en unos países son más cuidadosos o coquetos o, simplemente, porque comen peor y lo necesitan más. También influye el dinero, claro. Hay un poco de todo.
P. Ha sido dos veces candidato al Nobel. Imagino que siendo sueco a estas alturas es ya su mayor aspiración.
R. No se crea. La verdad es que da la casualidad de que la empresa con la que empecé a trabajar, a la que le compraba el titanio y que es la que fabrica los implantes pertenece al grupo Nobel, así que nos conocemos muy bien.



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